martes, 12 de octubre de 2010

Mujeres y drogas

Mujeres y drogas:
un enfoque gestáltico


Ginette Degrott y Markus Gottsbacher

“[...] Muchos de los problemas de las mujeres consumidoras no son
menores, iguales o superiores a los de los hombres consumidores, sino que
son propios de las consumidoras femeninas y con necesidad de explicarlos
desde su propio marco de referencia.”1 Esta conclusión, a la que llegó una
publicación del National Institute of Drug Abuse (NIDA), resulta muy acertada.
Sin embargo, en el campo de la salud mental y en especial en el entorno
al problema de las drogas, los estudios sobre la especifi cidad del malestar
de las mujeres, han sido escasamente desarrollados.
Como menciona el autor estadounidense Richard White,2 tampoco en el
campo de la Gestalt es común encontrar antecedentes bibliográfi cos vinculados
con el tema de las drogas y menos aun con un enfoque de género.
Nuestra búsqueda ha sido intensa y, para este trabajo, nos hemos
concentrado en las aportaciones desarrolladas, principalmente, por autores
alemanes, cuyos trabajos han infl uenciado en las últimas décadas —desde
un enfoque gestáltico— el desarrollo de formas de tratamiento para la
drogodependencia.
En sus trabajos, White subraya la importancia de no considerar al
dependiente como un enfermo, sino de entender la adicción como la
búsqueda de un sentido existencial, pues, la adicción muchas veces
representa la única posibilidad que una persona tiene para sobrevivir, ante
todo, sobrevivir espiritualmente.3 En este mismo sentido, Gerhard Mühlbauer
considera la adicción, en la mayoría de los casos, como un intento fracasado
de autocuración.4
Perls describe al alcohólico como un lactante adulto, que de igual
manera como ingiere la bebida, quisiera ingerir el mundo externo; confl uir
con él de una manera fácil y total, sin pasar por la toma de contacto con el
exterior y la asimilación de sus experiencias.
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En este sentido, White describe la adicción misma como una perturbación
de límites. El adicto ha perdido su identidad al aceptar los límites de la
droga como suyos.5
Algunos autores, como Udo Roeser y Achim Voitsmeier, defi nen la adicción
como la incapacidad de satisfacer necesidades básicas y de enfrentar
problemas y difi cultades de manera adecuada. Experiencias traumáticas
no elaboradas y funciones limitadas para establecer contacto, impiden la
satisfacción de estas necesidades elementales. El proceso homeostático
de la autorregulación organísmica es interrumpido continuamente,
la necesidad no es satisfecha, la forma no es cerrada, se pueden dar
actuaciones sustitutivas, tales como la conducta adictiva. La persona se
desvía para lograr lo no satisfecho. Sin embargo, aun así la fi gura no puede
cerrarse y empieza a repetirse de manera estereotipada y se automatiza en
la dinámica propia de la drogodependencia. Se ha realizado una adaptación
disfuncional, que desemboca en un círculo vicioso, una fi jación fatal.6
Anteriormente, investigadores como Lohmer (1992) pensaron que esta
perturbación de la autorrealización organísmica se producía en los dos
primeros años de vida, sin embargo, estudios más recientes de Saunders
& Arnold (1993) y Rohde-Dachser (1996) refi eren que es el resultado de
traumas infantiles acumulados, que pueden haber sucedido en cualquier
momento de la infancia.7
Según ellos, es el resultado de una elaboración disociativa de estos traumas
vividos, de la identidad y autoestima, de la autoimagen y regulación de los
límites del yo. Con esto, el potencial de capacidades de contacto, de relacionarse
y de sentir apego, así como la capacidad de comunicación y cooperación y la
orientación de la actuación serán infl uenciados fundamentalmente.
Roeser y Votsmeier consideran que estos traumas pueden generarse en un
ambiente que no satisface las necesidades básicas del sujeto, en donde se dan
malos tratos físicos y/o emocionales; en donde continuamente se atemoriza,
se exige demasiado, se amenaza, se transmite al sujeto el sentimiento de la
propia inutilidad, carencia y hasta nulidad, y le enseña a reprimir los propios
sentimientos, inculcándole que no tiene derecho de ser auténtico.
Según Schneewind (1995), muchas de las personas adictas han vivido
en su infancia obedeciendo reglas y leyes de poderes y fuerzas fuera de
su control y han elaborado una pseudoidentidad, para esconder su propio
ser. Han entrado en su totalidad en un estado de angustia y de amenaza
existencial, y han integrado a lo largo de su infancia experiencias de
abandono, soledad, discontinuidad, miedo, impotencia, vergüenza y culpa,
en sí, un gran vacío existencial.8 De acuerdo con Salama, el intercambio
con el medio será tóxico, en lugar de nutritivo, debido al tipo de relaciones
que han aprendido a establecer.9
Para Helga Matzko, un infante puede aprender a anestesiarse para no
experimentar la insoportable realidad y disociarse de estas experiencias,
lo que le permitirá sobrevivir emocional y/o físicamente.10 Al entrar en
contacto con sustancias psicoactivas, asimila enseguida que éstas tienen la
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capacidad de anular los sentimientos y estados de ánimo desagradables;
rápidamente la droga se vuelve un sustituto del medio ambiente, un sustituto
aparentemente controlable y disponible, confi able y que no decepciona.
Funk considera como otro factor desencadenante, la violencia sexual vivida
en situaciones en donde el organismo no es capaz de dar una respuesta
adecuada, no puede defenderse y tampoco puede integrar lo vivido.11
Mientras que Goodman defi ne al yo mismo como el sistema de los
contactos continuamente renovados,12 se considera la adicción como una
perturbación de esta capacidad creativa de la adaptación y en lugar de
la autoactualización, se anhela una autoconservación, con una marcada
tendencia a fi jar la identidad existente y la reducida comunicación con el
mundo externo. Fritz Perls traduce la palabra responsabilidad como response
– ability, la capacidad de responder a cada uno de los acontecimientos que
se dan en la vida.13
Sin embargo, ser dependiente signifi ca estancamiento en el intercambio
con el mundo; fi jación en un ciclo de drogarse y conseguir dinero para
adquerir drogas. Esto resulta en modelos relacionales e interaccionales que
son fi jados y estereotipados, fi nalmente en un status quo, una identidad
enfocada a drogarse.14
Ahora bien, qué podemos decir específi camente con respecto a las
mujeres.
Sabemos que la identidad de género no es natural ni inmutable, sino
cambiante y determinada por el hecho de vivir e incorporar, desde el
nacimiento, y mediante la socialización, las experiencias, los ritos o
costumbres que la sociedad considera apropiadas y valoradas para los
varones y las mujeres.15
En México, la socialización que se lleva a cabo prepara a los hombres
para dominar y transformar el mundo y a las mujeres para reproducirlo.
Pues, de las mujeres se espera, en general, que sean dulces, sumisas,
dependientes, sacrifi cadas, pacientes, maternales, abnegadas, dóciles,
aceptadoras, dispuestas a hacer cosas por los demás y a postergar sus
necesidades, etcétera.16
En este sentido, Santiago Ramírez refi ere que: “A la mujer se le exige
fi delidad, y abiertamente se acepta la infi delidad del esposo...”17
O escuchamos a Octavio Paz quien retoma en El laberinto de la soledad,
que: “La mujer no sólo debe ocultarse sino que, además, debe ofrecer
cierta impasibilidad sonriente al mundo exterior... Ser ella misma, dueña de
su deseo, su pasión o su capricho, es ser infi el a ella misma.” La mujer es
una... “manifestación indiferenciada de la vida...” Su cuerpo duerme y sólo
se enciende si alguien lo despierta. Nunca es pregunta, sino respuesta.”18
En este mismo sentido, el Consejo Nacional contra las Adicciones de
México (Conadic) refi ere que las mujeres son subordinadas en la vida
amorosa, con formas de relación que colocan a otros como ejes de su
existencia, en sí, su sentido de identidad está puesto en las relaciones y no
tienen el control sobre aspectos claves de su vida.19
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La importancia de las relaciones para la identidad femenina, la necesidad
de conexión y el miedo de desconexión —en especial respecto del varónpareja—
son fuentes de ansiedad, depresión, estrés y baja autoestima, y
son factores de riesgo para el uso de sustancias.
Notamos en estas características que se han estudiado en las mujeres algo
casi similar a lo que pasa con un sujeto adicto, es decir, modelos relacionales
que son fi jados y estereotipados, un status quo, una identidad enfocada a
fundirse con el otro, en este caso, con él a quien ella concede el poder.
Podemos casi afi rmar que la mujer tiene conocimientos previos de cómo
establecer una relación de dependencia. Ha aprendido, igual que el adicto, a
desviar y a confl uir, y podrá sustituir la relación con el otro, por la relación
con la sustancia, una relación inicialmente mucho más confi able y segura.
Entre otros motivos, puede empezar a drogarse para llenar el vacío
existencial que siente, o bien para disminuir la rigidez de los estilos de
vida impuestos socialmente,20 pues —como dice Fritz Perls— el superyo es
soluble en alcohol, y por supuesto también en otras drogas.
O bien, se inicia en el consumo a partir de su relación con un varón
drogodependiente, para comprenderlo aún más, para complacerlo y no
dejarlo solo aun en su drogodependencia.21
Gran parte de las mujeres consumidoras de sustancias psicoactivas
han sido también reiteradamente víctimas de abuso físico, emocional y
sexual en su infancia y/o en su vida adulta. Un estudio realizado en México
refi ere que “el abuso sexual en la infancia propicia hasta siete veces más la
dependencia de drogas en esas mujeres”. 22
Hemos encontrado en la literatura un sinnúmero de factores de riesgo
para el consumo de drogas por parte de las mujeres, y no nos alcanzaría
el espacio para tocar a fondo este tema, así como tampoco nos alcanza
para comentar acerca de los obstáculos ante los cuales se encuentran las
mujeres que necesitarían tratamiento para su drogodependencia.
Vamos a concentrarnos en cuál puede ser la aportación de la psicoterapia
Gestalt en el caso de la mujer drogodependiente.
La Gestalt acentúa el continuo de conciencia del sí-mismo y afi rma que
la salud mental consiste en estar en contacto consigo mismo. Sus bases
son en el aquí y ahora, en lo obvio y el darse cuenta. Su meta es el vivir
auténtico.
Cuenta como herramienta con el Ciclo de la Experiencia, un modelo
fi siológico que fue retomado por algunos terapeutas gestaltistas, entre
ellos Zinker, Polster, Latner y Ginger, y fue incorporada holísticamente al
funcionamiento total del organismo. Dicho ciclo ha sido actualizado por
Castanedo y Héctor Salama en 1990. Este modelo expresa de manera
clara cómo se presentan los bloqueos o procesos de autointerrupción de la
energía en una persona. Está diseñado como un círculo que representa al
organismo y, al mismo tiempo, el camino que toma la energía para satisfacer
una necesidad, partiendo de un estado de reposo para llegar a un momento
de equilibrio diferente al anterior.23
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Cuando consideramos el ciclo de la experiencia de las mujeres,
podemos notar que muchas veces están desensibilizadas acerca de sus
propias necesidades, o bien las sienten demasiado; introyectan y hacen
lo que se les exige; proyectan, pues por culpa de los otros no pueden
ser como quisieran; retrofl ectan, es decir se aguantan y se dañan a sí
mismas; desvían en lugar de hacer lo que quisieran hacer; confl uyen
con el varón o con lo que las reglas de la sociedad les exigen y están
fi jadas en este rol; es decir, están bloqueadas a lo largo de su ciclo de
experiencia.
Cuando la mujer empieza a drogarse, al inicio sentirá una mejora en su
estado de ánimo, lo que la impulsará a seguir consumiendo; estará quizás
más tranquila o más desinhibida; sin embargo, entrará paulatinamente
en una relación simbíotica con la sustancia, la cual se automatizará en la
dinámica propia de la drogodependencia, momento en donde los aparentes
benefi cios ya no existen y la conducta queda fi jada en el círculo de conseguir
y consumir la droga.
Evidentemente, los bloqueos que mencionamos anteriormente se habrán
intensifi cado.
Una gran parte del trabajo del terapeuta será facilitar que la paciente
reconozca su drogodependenica, pues, sólo si la persona está dispuesta a
hacer cambios puede lograrlo.
El gestaltista la apoyará a reconocer sus necesidades físicas y formas de
comunicación, a integrar las polaridades y a reconocer las delimitaciones
entre yo y tú, entre lo que es y lo que fue; apoyará la emergente expresión
de sentimientos y de entendimiento, para concluir en entidades terapéuticas
pequeñas las situaciones inconclusas y lograr, paulatinamente, que la
energía fl uya a través del ciclo de la experiencia.
Para ello es importante considerar la dependencia sólo como un aspecto
del yo-mismo funcional, y así entrar con la paciente en una relación yo-tú,
es decir, de persona a persona y no en una relación yo-ella, es decir, una
relación con la drogodependiente.24
Aparte de la psicoterapia, desde la Gestalt, se puede, promover mediante
seminarios y talleres preventivos, la eliminación de los prejuicios y las
prácticas basadas en la idea de inferioridad o superioridad de uno de los
sexos y en funciones estereotipadas asignadas al hombre y a la mujer. Pues
son, ante todo, las mismas madres quienes siguen transmitiendo estos
valores a sus hijos e hijas. Paralelamente, elaborar seminarios que permitan
a mujeres drogodependientes -como no-drogodependientes– aumentar
su autoestima y responsabilizarse de lo que a ellas les corresponde en la
construcción de la realidad y convivencia cotidianas.25
Se puede hacer mucho más desde la Gestalt, sin embargo, no olvidemos
que este enfoque es un elemento de una Gestalt más grande, de un
enfoque integral, involucrando servicios de sensibilización y procesos
de tratamiento a todos los niveles, y que –en esto– la coordinación es
sinónimo de éx

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