martes, 12 de octubre de 2010

Rehabilitacion de adicciones

Ricardo Sánchez Huesca. Dr en Psicologia clinica.


La objetividad en las ciencias y especialmente en las ciencias sociales
es una meta que las teorías del conocimiento actuales han obligado
a abandonar. Si el átomo al ser observado es modifi cado por el ojo
del físico que lo contempla, no podemos siquiera imaginar una conducta
pura, una conducta ajena a las circunstancias donde aparece y en la cual
se interpreta. De acuerdo con estas ideas, la presente conversación es
únicamente una versión, una mirada, acerca de diversos objetos de estudio
que forman parte del tema de las adicciones, entre ellos la rehabilitación.
El conocimiento se construye mediante preguntas, las respuestas,
idealmente, sólo deberían considerarse hipótesis en espera de volver a
sus orígenes, la incertidumbre, para desde ahí volver a construir la espiral
refl exiva. Si consideramos que las teorías, conscientes o no, propositivas o
no, anteceden y construyen realidades, al analizar un problema o conducta
es fundamental hacer una revisión de las defi niciones que se tienen
acerca de la misma, esto es lo que nos proponemos hacer en relación a la
farmacodependencia.
Si bien existe consenso en la defi nición de fármaco y conductas
relacionadas con las drogas como consumo, intoxicación, abstinencia, abuso,
dependencia, no lo hay en la concepción clínica genérica de adicción, ésta
depende del observador que la describe. El término funciona de pantalla
tanto a los discursos como a las prácticas sociales.
En un discurso médico, el de la psiquiatría, la adicción es ubicada como
un trastorno mental; el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales, en su cuarta versión, la ubica específi camente en “Trastornos
relacionados con sustancias”. No obstante, el mismo manual describe que
el término trastorno mental, al igual que otros muchos términos en la
medicina, carece de una defi nición operacional consistente.
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Otro discurso médico considera la adicción como una enfermedad
cerebral con efectos en la conducta y el medio ambiente, comparándola
con la esquizofrenia y el Alzheimer. La investigación neurobiológica de la
forma como diversas regiones del cerebro son afectadas por las drogas,
empieza a contestar interrogantes de la conducta adictiva. A la fecha se
han descubierto los receptores de opiáceos, sitios donde los narcóticos
interactúan para producir sus efectos. Avances recientes han identifi cado y
clonado la proteína que parece ser responsable de la propiedades adictivas
de la cocaína y empieza a probarse una vacuna contra la adicción a la tal
sustancia.
En el discurso psicoanalítico, derivado del médico, la adicción se
considera como síntoma y el consumo de drogas como expresión de
un malestar producido por ciertas condiciones psíquicas. En el discurso
psicoanalítico encontramos rechazo a la utilización del término adicto, ya
que la clínica analítica es una clínica del sujeto y no de las identidades
sociales; en acuerdo a ello, el síntoma de consumo de drogas no defi ne
al sujeto; las categorías freudianas de neurosis, psicosis y perversión
defi nen estructuras, no el agrupamiento de síntomas.
De ahí el objetivo terapéutico y el concepto de curación tan distinto entre
la postura psicoanalítica, interesada en analizar la posición del sujeto y su
relación con la droga, y aquellas otras prácticas psicológicas, médicas y
sociales, cuyo objetivo es interrumpir o estabilizar el consumo de drogas,
sin ocuparse en conocer la lógica que el síntoma tiene para el paciente.
Seguramente en esta última descripción se inscriben las instituciones cuyo
propósito fundamental es suprimir o disminuir el consumo de drogas, sea
mediante la psicoterapia o por la sustitución de un químico por otro, por
ejemplo, metadona en el caso de opiáceos.
En un espacio limítrofe entre el discurso médico y el social, encontramos
el de la terapia familiar sistémica. En éste, el consumo de sustancias se
considera también como síntoma, pero, a diferencia de los anteriores, su
etiología es ubicada en la interacción entre los diferentes miembros de la
familia y no al interior del sujeto. La estrategia para la curación entonces es
modifi car las redes de comunicación que sostienen el consumo.
Pero lo que acabamos de describir considera únicamente algunas ideas
basadas en un discurso, el médico. Existen otros discursos que intentan
explicar y atender adicciones: el humanitario, el educativo, el espiritual.
En el discurso humanitario, el adicto es visto desde la mirada de la
caridad y la misericordia. Caridad, del latín caritas, se traduce como “amor
que puede tener como objeto Dios o el prójimo”. Misericordia o piedad
es “la actitud favorable hacia aquél que está en la miseria”. El discurso
humanitario se apoya en la razón del bien que se sostiene del “es por tu
bien”. Y las cosas que se han hecho a grupos y personas “por su bien”;
muchas de las actitudes racistas e intolerantes se fundan en este concepto.
Las instituciones de atención a adictos que sustentan este principio, lo
convierten en sujeto de sus buenas intenciones eliminando sus deseos.
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Quizá esa es la fi losofía que subyace en grupos que internan en contra de
su voluntad a usuarios de sustancias.
En las instituciones basadas en el discurso educativo, el objetivo es la
reinserción social, mediante intervenciones sociales y educativas, buscando
estimular las capacidades del adicto. La mayoría de las Comunidades
Terapéuticas responden a esta concepción. Lo que distingue este método
de otros modelos de tratamiento es el uso de un grupo social organizado
y jerarquizado en una comunidad, como recurso primario para facilitar el
cambio social y psicológico en los pacientes adictos: “todas las actividades
están diseñadas para producir un cambio terapéutico y educativo en los
participantes”.
Dentro del discurso espiritual podemos ubicar a grupos de autoayuda como
Narcóticos Anónimos quienes siguen un programa adaptado de Alcohólicos
Anónimos. En éste se considera que, “todos los adictos, incluyendo a los
adictos en potencia, sufren una enfermedad incurable que afecta el cuerpo,
la mente y el espíritu”. El texto continúa más adelante: “cuya solución
es de naturaleza espiritual”. Asimismo mencionan: “la experiencia nos
indica que la medicina no puede curar nuestra enfermedad”. El camino a la
recuperación, es “poner (la) voluntad y (la) vida” al “cuidado de un Poder
Superior”.
A estas alturas es evidente que no hay concenso en el entendimiento
clínico de lo que es la adicción ni en los métodos de abordarla. ¿Es síntoma,
enfermedad, enfermedad curable? ¿Es enfermedad incurable, progresiva y
mortal? ¿Es una entidad nosológica? ¿Existe un síndrome que la describa?
¿Son enfermedades específi cas dependiendo de las sustancias usadas? ¿Su
curación es químico-biológica, psicológica? ¿Es expresión de una interacción
familiar y su solución se encuentra fuera del sujeto adicto? ¿Es expresión
del malestar de una cultura caduca en sus valores? ¿La solución la tiene un
poder superior?
Una vez que tenemos claro que no hay ninguna claridad en los conceptos
clínicos básicos en adicciones, y que su cabeza ha quedado sufi cientemente
revuelta y con muchas más dudas que al comienzo, estamos ya en
condiciones de pasar al tema motivo de esta exposición, la rehabilitación en
adicciones. Podríamos empezar preguntándonos: ¿rehabilitación de qué?
¿De una enfermedad cerebral? ¿Un problema médico, psicológico, familiar,
social?
Las Naciones Unidas (ONU) considera “la rehabilitación en adicciones como
el proceso consistente en ayudar a que las personas establezcan un estado
donde sean capaces física, psicológica y socialmente de hacer frente a las
situaciones que encuentren, permitiéndoles de esa manera aprovechar las
oportunidades que están al alcance de las demás personas, del mismo
grupo, de esa sociedad” (1978).
En una revisión de publicaciones en México e internacional encontramos
queel Tesaurus sobre alcohol y drogas defi ne rehabilitación como los
programas diseñados para que los consumidores desarrollen las capacidades
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para desenvolverse en su entorno social. Agrega además el término de
reinserción social y lo defi ne como el proceso por el cual se pretende que
una persona se incorpore a la vida productiva en una comunidad (Instituto
Mexicano de Psiquiatría, mayo 1990).
En la defi nición que ofrece la ONU no encontramos la diferencia entre
rehabilitación y tratamiento. En la que nos proporciona el Tesaurus, las
defi niciones son precisas. Ahora bien, cuando observamos la forma en
que estos conceptos se instrumentan, en organismos e instituciones,
hallamos una confusión muy generalizada entre tratamiento, rehabilitación
y reinserción social.
Los programas que las diferencian no les dan el mismo nivel de importancia;
por lo común, los manejados por profesionales de la salud —Psiquiatras y
psicólogos— hacen mayor énfasis en las acciones psicoterapéuticas, quizá
pensando que los cambios individuales o familiares contribuirán a que se
estimulen conductas adaptativas en el contexto social. En contraste, los
grupos de autoayuda enfocan, especialmente, las acciones de reinserción
social, quizás al considerar la adicción como una enfermedad incurable.
El análisis de los paradigmas, la revisión de defi niciones y conceptos que
sustentan nuestra práctica cotidiana parecen una tarea difícil e innecesaria;
en nuestras pragmáticas sociedades resulta más sencillo empezar haciendo
que empezar pensando, y damos por hecho que entendemos lo que estamos
haciendo. En las instituciones estamos tan atareados haciendo y evaluando
programas de adicciones que nos olvidamos de qué estamos haciendo y
evaluando.
Tampoco se trata de encontrar una respuesta única y verdadera; la
clínica de las adicciones es tan compleja, que no existe una teoría que dé
cuenta de todo el fenómeno, sin embargo, valdría la pena refl exionar si en
nuestras prácticas tenemos clara nuestra línea teórica y desarrollamos una
metodología coherente con la misma. En caso afi rmativo, esta conversación
ha sido meramente un ejercicio mental, en caso negativo...
Quisiera terminar citando la idea central del metálogo “porqué se
revuelven las cosas”, escrito por Gregory Bateson. Éste plantea que en la
medida que damos las cosas por ordenadas, las dejamos en paz como si
todos estuviéramos de acuerdo con el orden que alguien les ha dado; si
las revolvemos, tenemos la posibilidad de un orden distinto, promoviendo
la entrada de información nueva que estimule la organización de nuevos
conocimientos.

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